PROLOGO
novelización de MARC CERASINI
basada en el guion cinematográfico de PAUL W.S. ANDERSON y SHANE SALERNO
historia de PAUL W.S. ANDERSON
basada en los personajes de «ALIEN» de BAN O'BANON y RON SHUSETT
y en los personajes de «PREDATOR» de JOHN THOMAS y JAMES THOMAS
Norte de Camboya, 2.000 a.C.
Las
primeras columnas de luz solar atravesaron el dosel de ramas enredadas. Los
pájaros alzaron el vuelo, saludando al amanecer con sus graznidos, sus alas
escarlata tiñendo el pálido cielo mientras rozaban los ángulos grises y duros de
una masiva pirámide de piedra. Cerca de allí, el aire temblaba con el incesante
rugido del río que latía sobre un acantilado dentado y luego rompía contra las
rocas irregulares que se encontraban muy abajo.
A lo largo del suelo de la jungla, donde la espesa vegetación amortiguaba
el rugido de la cascada, un hocico húmedo abrió un nudo de enredaderas y ramas.
Las hojas se agitaron, enviando un siseo susurrante por un sendero cubierto de
maleza. El jabalí olfateó y luego escuchó. Con un gruñido de satisfacción,
penetró en la maleza y emergió en el claro.
Agitando su corta cola, el jabalí trotó sobre una alfombra de musgo
cerca de una arboleda de árboles centenarios. Olisqueó agresivamente el suelo
húmedo y fétido. En la base retorcida de un tronco, su cuerpo se detuvo. Luego,
su piel moteada se estremeció de emoción, y sus patas delanteras cavaron en el
suelo blando y negro, esparciendo trozos de hongos y un nudo de gusanos
retorciéndose sobre el musgo verde. Finalmente, con fuertes resoplidos, el
animal comenzó a devorar a su presa.
Los monos parloteaban en lo alto y un solo pájaro emitió un graznido,
pero no de alarma. En las ramas más bajas, los simios saltaban y gritaban,
haciendo llover ramitas y follaje sobre el suelo de la jungla. Más cerca de la
tierra fresca y húmeda, los insectos se arrastraban, retorcían, crujían y
zumbaban a través de los dedos rizados de la niebla.
Funan sonrió. Él y sus compañeros de caza habían acechado pacientemente
a su presa. El momento para atacar estaba casi sobre ellos. Pero aún no. Solo
cuando Funan estuviera satisfecho de que todas las condiciones eran las
adecuadas, haría una señal a sus hombres con su mano bronceada por el sol.
Deslizándose como sombras fuera de la maleza, los hermanos gemelos Fan
Shih y Pol Shih se movieron a ambos lados de Funan. Al igual que su jefe,
empuñaban lanzas de madera con puntas de obsidiana tallada. Camuflados para la
caza, sus rostros, torsos y pechos estaban oscurecidos por la ceniza y marcados
con barro marrón y verde. Enredaderas llenas de hoja rodeaban sus brazos,
piernas y coronaban sus cabezas.
Tiras de cuero sin tratar adornaban sus caderas y exhibían trofeos de
cacerías anteriores: cráneos, huesos, filas de dientes afilados y colmillos
curvos pertenecientes a una docena de especies. Colgando de cordones alrededor
de sus cuellos había pedazos de piel, plumas y cuarzo, amuletos mágicos
destinados a asegurar una cacería exitosa.
A medida que una brisa se movía sobre él, Funan acarició una cola de un
mono seca que colgaba de su garganta y olfateó el aire una vez más. Podía oler al
jabalí, la vegetación y el río en la distancia, pero nada más. Sin embargo, la
tensión se apoderó de sus nervios y sus hombres también parecían nerviosos.
Nunca antes habían cazado tan cerca del templo sagrado. Aunque la
jungla alrededor de la pirámide de piedra estaba repleta de vida silvestre, los
cazadores siempre evitaban este lugar prohibido. Solo durante la época del
sacrificio, cuando las tribus locales ofrecían a sus hombres y mujeres jóvenes
a los dioses, la gente entraba en estos terrenos.
Funan sabía que era imprudente cazar cerca de un sitio considerado
sagrado. La cacería realmente debería terminar, pero decidió lo contrario,
señalando al último miembro de su grupo.
Un hombre gigante llamado Jawa avanzó en cuclillas, luego se escondió
detrás de un grupo de enredaderas. Agarraba una larga lanza que parecía
diminuta en su inmensa mano, y un grueso garrote colgaba de la correa de cuero
en su cadera. Al igual que los otros, Jawa estaba camuflado con barro y vegetación,
de su cinturón colgaban dientes de oso y un trozo de hueso de un gran felino de
la jungla. Su poderoso pecho aún mostraba las cicatrices furiosas del combate salvaje
con el felino.
Desapercibido a los pies de Jawa, otra cacería había alcanzado su
clímax letal. Un lagarto rojizo de color gris verdoso y un escarabajo negro con
cuernos estaban enfrascados en una lucha a muerte en el suelo de la jungla,
ajenos al gigante a cuya sombra guerreaban. Cuando Funan hizo un movimiento cortante
con su mano izquierda, Jawa salió de su escondite, aplastando tanto al lagarto
como al escarabajo bajo su pie marrón y calloso.
Deslizándose a través de la maleza, Jawa se movió a su posición,
flanqueando al jabalí. Emitió una risa seca, imitando la llamada del pájaro
rojo y verde que habitaba esta región. Desde sus propios escondites, Funan y
los dos hermanos Shih se levantaron, una niebla arácnida abrazando sus piernas
mientras se movían.
Funan tomó la delantera. Pronto estaría lo suficientemente cerca como
para asestar un golpe fatal con el primer lanzamiento, o ser desgarrado por los
colmillos de la criatura si fallaba. En un espasmo fulgurante, sus músculos
temblaron, su corazón se aceleró. Luego, tan repentinamente como llegó, la
tensión se evaporó y una fría calma lo inundó.
Levantando su lanza, Funan estaba a punto de apuntar cuando algo salió
mal. El hocico del jabalí, negro de tierra, se levantó bruscamente para
olfatear el aire. Con las orejas agitándose, el jabalí resopló nerviosamente.
Funan no se atrevió a respirar. Detrás de él, Fan y Pol Shih se
detuvieron a mitad de camino. Mientras una mosca zumbaba alrededor de su
cabeza, Funan retiró su arma. Pero antes de que pudiera atacar, el jabalí
asustado se escondió bajo un tronco y desapareció entre la maleza. El eco de la
estrepitosa retirada del jabalí persistió por un momento y luego se desvaneció.
Funan miró a Jawa desconcertado. Habían hecho todo bien, pero de alguna
manera habían asustado a su presa. Detrás de su jefe, Fan y Pol bajaron sus
armas, perplejos.
Abruptamente, todo sonido en la jungla cesó. Cada pájaro, cada insecto
pareció quedarse en silencio. Solo el distante retumbar del agua del río fluyendo
penetraba la espesa vegetación. En el silencioso eco del pulso atronador, Funan
escudriñó con cautela el claro, pero no vio nada. Fan y Pol Shih también
levantaron sus lanzas, listos para atacar. ¿Pero atacar a qué?
Con un fuerte chasquido, un apéndice negro con forma de látigo salió de
la maleza y rodeó las piernas de Fan Shih. Sin siquiera un grito de alarma, el
cazador fue arrastrado hacia los arbustos, siendo las hojas temblorosas la
única señal de su violento paso.
Pol Shih levantó su lanza, listo para vengar a su hermano. Pero de
repente la lanza fue arrancada de la mano del hombre. Pateando inútilmente, él
también fue arrastrado a través del claro hacia la maleza. So después de que
Pol desapareció de la vista, gritó: una, dos, tres veces, la última un aullido
sostenido de agonía.
El grito lleno de terror de Pol rompió el coraje de los demás. Jawa se
lanzó hacia la maleza, seguido un momento después por Funan.
Al igual que el jabalí antes que él, Jawa huyó a ciegas a través de los
árboles, ignorando el sendero para abrirse paso a través de la jungla. Las
enredaderas atraparon sus brazos y dejó caer su lanza para moverse más rápido,
mientras el miedo lo impulsaba.
Finalmente, sin aliento, Jawa tropezó en un claro cubierto por enredaderas
entrelazadas. Apoyó su forma jadeante contra el tronco de un árbol. Jadeando,
con las piernas separadas, Jawa escuchó en la pesada sombra el sonido de la
persecución. Detrás de él, escuchó los movimientos rápidos de Funan a través de
la jungla, pero nada más.
Segundos después, Funan tropezó en el mismo claro sombrío, a tiempo
para ver cómo Jawa era arrastrado indefenso hacia las enredaderas de lo alto.
Una lluvia escarlata salpicaba el suelo y cálidas gotas salpicaron a Funan. El jefe
cazador, con el puño todavía apretando el cuello de su lanza, buscó entre las
ramas alguna señal de Jawa.
Pero el
hombre había desaparecido.
Con la lanza levantada, Funan escudriñó su entorno. Estaba de pie en
una ensenada de árboles antiguos, de trocos gruesos, el más grande cubierto con
una corteza negra y brillante. Luchando por calmarse, Funan detuvo su ansioso jadeo
para escuchar cómo se aproximaba su enemigo. Solo entonces oyó un sonido húmedo
y desgarrador a sus espaldas. Giró, su lanza empujando hacia adelante.
Con creciente horror, Funan observó como la oscura y aceitosa corteza comenzaba a moverse, despegándose del tronco. Con un carnoso sonido de estallido, a la masa amorfa le brotaron extremidades. Luego emergió una cabeza oblonga, el apéndice cubierto con una piel brillante, casi translúcida. Una cola huesuda y segmentada se desenrolló de una pesada rama, y con un golpe húmedo, la obscenidad retorcida cayó al suelo.
La criatura, chasqueando como un terrible insecto gigante, se elevó en
toda su inmensa altura y se arrastró hacia el acobardado cazador. Las
mandíbulas rechinantes se abrieron para extender una larga mandíbula venosa,
rematada por otro orificio que chasqueaba y babeaba.
Olvidando el arma, Funan intentó huir. En su pánico, tropezó con las
enredaderas. Torciéndose el tobillo, Funan cayó al suelo con fuerza, la lanza
voló de su puño entumecido. Entonces, el más poderoso cazador de su tribu se
hizo un ovillo tembloroso y esperó a que la muerte lo reclamara. Sabía que este
era su castigo por invadir el terreno sagrado alrededor del Templo de los
Dioses.
Otra abominación emergió de la jungla.
Funan vio primero a la criatura como un borrón, pues el mundo parecía temblar
con su paso. Dondequiera que la aparición acechaba, la jungla se derretía y se
reformaba. En un destello cegador de movimiento, la figura translúcida atravesó
el claro y golpeó al monstruo negro en la garganta, penetrando su caparazón
segmentado con una puñalada aplastante y arrojándolo lejos.
El exoesqueleto del monstruo negro resonó al golpear el suelo, y Funan
vio que las placas blindadas en la garganta de la criatura habían sido
perforadas y destrozadas. Fuentes de sangre verde y ácida brotaron de la herida
del monstruo negro, rociando hojas, ramas y enredaderas. Cada lugar donde el fluido
venenoso tocaba comenzaba a humear y arder. Las gotas ardientes también alcanzaron
a Funan, que rodó por el suelo gritando de pura agonía.
El fantasma se detuvo para inclinarse sobre el cazador caído, y cuando
Funan apartó las manos de su rostro y miró hacia arriba, el borrón fantasmal se
transformó en algo sólido: una pesadilla que parecía parte hombre, parte reptil
y parte bestia demoníaca. El fantasma estaba de pie sobre dos piernas tan
gruesas como troncos. Su torso estaba escamado, su amplio rostro cubierto por
una máscara de metal. Ojos bárbaros ardían detrás de esa máscara, ojos que
Funan trataba desesperadamente de evitar.
Entonces, el fantasma pasó junto al humano, moviéndose con pasos de
gigante hacia el monstruo negro que aún se retorcía en el suelo. Funan observó
cómo el fantasma levantaba sus enormes brazos. Luego, con un chasquido agudo y
repentino, un trío de cuchillas plateadas surgió del brazalete alrededor de la
muñeca de la criatura. La luz del sol se reflejaba en las puntas afiladas. El
fantasma gruñó de satisfacción y miró a Funan una vez más.
Funan cubrió sus ojos y oró a todos los antepasados de su pueblo. Suplicó
misericordia a una docena de deidades tribales, grandes y pequeñas. Y para
sorpresa de Funan, uno de esos dioses respondió a sus plegarias.
Sacudiendo la cabeza con lástima, como si el humano caído no valiera el
tiempo ni el esfuerzo de matar, el Predator se giró una vez más para
enfrentarse a su verdadera presa.
El monstruo negro que gruñía, con la herida desgarrada en el cuello que todavía arrojaba bilis verde venenosa, apoyó la espalda contra un árbol. Con la cola azotando y las garras extendidas, el monstruo se preparó para su batalla final.
Con las piernas firmes, el Predator ajito su cabeza y soltó un aullido
salvaje que sacudió la jungla. Luego cargó.
Funan oyó la carne rasgarse y el caparazón quitinoso romperse. Después
se vino el sonido húmedo de la sangre verde fosforescente y el veneno ácido al
salpicar el claro.
Las ramas se sacudieron y los árboles temblaron a raíz de la terrible
lucha a vida o muerte. Mientras la jungla humeaba y ardía a su alrededor, Funan
observó con fascinación impotente cómo dos criaturas primigenias, cuyos
orígenes sobrenaturales estaban más allá de su comprensión, luchaban
salvajemente hasta la muerte.
CONTINUARA...